Nos han dicho que “no tenemos que vivir del aire”, que “debemos ser realistas”, que si no lo somos seremos unos ilusos.
De Santo Tomás parte “si no lo veo no lo creo”. Creemos que aquello que no vemos, que no es palpable, verificable a los sentidos, no merece credibilidad.
Si nos creemos esto, estamos obviando parte de la realidad, de aquello que no se percibe por los sentidos pero que sí existe.
Al final, “nuestra realidad” es una construcción personal, que no siempre encaja con la de otras personas.
Esta mente nuestra, programada para la supervivencia y la reproducción selecciona, se queda con los filtros de los que dispone, fragmentos de la información que llega al cerebro y desecha aquello que no encuentra pertinente.
Por ello, la realidad de cada uno es un constructo, piedra a piedra. Y ser consciente de esto, nos hace más humilde en nuestras ideas y planteamientos.
Hay mucho más en el mundo de lo que es evidente para mí. Hay muchos puntos de vista. Si algo he aprendido como psicóloga es que nadie es de fiar contando su propia historia. Yo no lo soy, vosotros no lo sois, ni nadie que conozcamos. No quiero decir que lo hagamos queriendo, cada uno cuenta su realidad. Pero siempre muestran lo que ven, lo que quieren hacer ver, lo que entienden, lo que les sugiere…
Ignorar esto no es inteligente. Somos seres limitados, contingentes por nuestra biología.
Este es el siglo de los grandes intangibles, que nos mueven: las emociones, valores, memoria, expectativas, creencias, conocimientos. Según cómo lo gestionemos, según cómo nos relacionemos con ello, nuestra forma de comportarnos, nuestra conducta, se dirigirá hacia la búsqueda de soluciones creativas o hacia la destrucción. Y de esto sí que depende nuestro futuro, el mal llamado destino.
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