La idea tradicional de resiliencia es que se aprende a base de sufrir golpes. La vida te pone en tu sitio: ¡maldito accidente de coche!

Digamos que esto sería una resiliencia reactiva. Es decir, reaccionamos ante la adversidad del entorno, adaptándonos positivamente, pero reaccionamos, al fin y al cabo. Si nos basamos en estosin adversidad, no hay resiliencia.

Pero ¿qué pensaríais si os dijera que también se puede hacer de manera proactiva? Es decir, más potencial que responsiva, anticipando, con una estructura que minimice los acontecimientos estresantes. 

Digamos que sería como que estas personas de resiliencia proactiva no esperan que les pasen las cosas para aprender de experiencias negativas, sino que en el día a día utilizan estrategias para tomar decisiones adaptativas, con visión optimista, con sentido del humor, técnicas de relajación o mindfulness que hacen que se reduzca el estrés y la ansiedad del día a día. Digamos que se van haciendo un mantenimiento diario.

Esta proactividad, no sólo para adaptarnos a la adversidad, sino para identificar riesgos potenciales. Preguntarnos: “¿Qué me pasaría si…?” ¿Tengo los recursos psicológicos suficientes? Y ver las cosas con confianza en las habilidades para resolver problemas. Esta gente, está demostrado, son más resilientes ante amenazas futuras.

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